A 10 000 kilómetros: novelas españolas para viajar a Japón

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© K.H. Reichert

Pocos autores españoles se han atrevido a mostrar en una novela la realidad del Japón contemporáneo, tal como hace José Pazó en Banteki: ya hemos visto en entradas anteriores que es un país heterogéneo cuyas peculiaridades suelen ser desconocidas para los extranjeros. Dos escritores que se han enfrentado al desafío son Alberto Olmos y Francesc Miralles.

Alberto Olmos es el prologuista de Banteki. En 2006 publicó Trenes hacia Tokio, poco después de una estancia de tres años en Moka. La novela está narrada en primera persona por David, un español de treinta años casado con una japonesa y que trabaja como profesor de inglés en una guardería, a la que va cada día en tren. David aprovecha sus viajes y las situaciones que vive para contarnos qué aspecto tienen y qué hacen las personas que lo rodean, en especial las mujeres, y para transmitirnos sus impresiones acerca de lo que ve. El estilo de Olmos recuerda al de Hemingway: huye siempre de adornos retóricos en busca de la autenticidad e incurre en la repetición intencionada, expresiva.

También el protagonista de la última novela de Francesc Miralles, WABI-SABI, narra su historia en primera persona. Samuel vive en Barcelona y es un profesor universitario de treinta y siete años. Sin saber por qué, recibe dos postales procedentes de Japón: en la primera aparece un maneki-neko y está escrita la palabra WABI-SABI, mientras que en la segunda hay una fotografía de un templo. Distintas circunstancias hacen que deba desplazarse hasta Kioto, donde descubrirá el significado de esas postales y le aguardarán otras sorpresas. En este libro encontramos una prosa quizá más «convencional», pero elegante y de lectura agradable. Miralles se detiene a explicar con concisión todos los términos japoneses que utiliza, de manera que leer la novela es una experiencia didáctica además de entretenida.

Aunque Trenes hacia Tokio, WABI-SABI y Banteki tienen rasgos comunes, las diferencias estilísticas y temáticas hacen que todas sean únicas y que nos aporten visiones de Japón complementarias (clic aquí para repasar la sinopsis y el estilo de Banteki). Sin duda, las tres son absolutamente recomendables si queremos dejar a un lado nuestras ideas preconcebidas sobre este país.

Botchan, de Natsume Sōseki

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Natsume Sōseki

Trabajar en Japón no es fácil. Tienes que cumplir diversos requisitos para obtener el visado y demostrar que posees cualidades de las que carecen los japoneses: por ejemplo, conocer un idioma que no sea el suyo. Por eso es habitual que los extranjeros den clases, especialmente de inglés, como en el caso del protagonista de Banteki. Esta profesión parece no suponerle ningún problema al personaje principal de la primera novela de José Pazó. A Botchan, pese a ser japonés, le sucede todo lo contrario.

Botchan es el protagonista de la novela homónima de Natsume Sōseki, traducida al español por nuestro autor. El tokiota consentido y engreído al que da vida Sōseki nos relata en primera persona su traslado forzoso a un pequeño pueblo para impartir clases. Botchan significa ‘señorito, niño mimado’ y es un apelativo más que adecuado para referirse a este personaje. La novela es telegráfica, breve y su estilo se ha definido como compacto debido a la carga informativa de los primeros capítulos, que nos permiten comprender el pensamiento y el comportamiento del protagonista sin nombre. Botchan se considera una obra menor de Sōseki, pero es de las más conocidas y goza de gran aceptación entre el público joven. Esto se debe a la maestría con la que el autor logra que el lector se ría a carcajadas por muy alejado que esté de su contexto cultural e histórico. Así pues, la distancia no impide disfrutar de la impulsividad y de la actitud irreflexiva e ingenua del señorito, aunque algunos detalles se nos escapen. Obligado a dejar Tokio y vivir en un pueblecito para ganarse la vida, este joven se mezcla con los paletos del profesorado, hombres hipócritas, sin moralidad ni honor a los que no tarda en poner motes. Para sus compañeros, tan solo es un muchacho insolente al que se puede engañar con relativa facilidad. Para sus alumnos es un adulto que actúa con la inocencia de un niño, lo que propicia las burlas.

Sōseki realiza una crítica afilada y mordaz a la sociedad japonesa, que busca al trabajador ideal, un hombre perfecto que nunca podrá existir. Botchan es un antihéroe encargado de sacar a la luz los defectos que le rodean y trata de combatirlos desde la ingenuidad. Como en otras obras en Botchan, Sōseki refleja a través de sus personajes la pérdida de la autenticidad personal y la importancia que se da a la intelectualidad fingida. Algo similar ocurre en la novela de Pazó, pues, acompañando a su protagonista anónimo, recorremos las calles de Osaka y Kioto y descubrimos un Japón marginal, urbano y diferente, que desenmascara una visión ideal y hace que nos demos de bruces con una realidad oscura.

Existencialismo japonés: Osamu Dazai y Kōbō Abe

Retratos de Osamu Dazai y Kōbō Abe
Retratos de Osamu Dazai y Kōbō Abe

El protagonista de Banteki, que no tiene nombre, se enfrenta al problema de la identidad humana en una sociedad donde todo parece estar preestablecido. Uno debe adaptarse al sistema de normas sociales y valores arbitrarios que rigen la vida en la comunidad para que su existencia tenga sentido, a pesar de que eso signifique, en ocasiones, actuar en contra de sus deseos. También encontramos este tema en las obras de dos autores japoneses de los que se nutre, en parte, la narrativa de José Pazó: Osamu Dazai y Kōbō Abe.

Osamu Dazai (1909-1948) comenzó su carrera literaria en 1933, pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando cobró relevancia internacional con sus novelas El ocaso (Shayo, 1947) e Indigno de ser humano (Ningen shikkaku, 1948). Esta última, escrita en forma de cuaderno de notas, cuenta la historia de Yozo, un joven que siempre se ha sentido distinto a la gente que le rodea y a quien le resulta imposible cambiar el rumbo desastroso que ha tomado su vida. Tanto el narrador en primera persona como los sentimientos que expresa traen a la memoria el diario que el protagonista de Banteki encuentra en la basura, aunque el estilo es muy distinto.

Kōbō Abe (1924-1993) fue un escritor al que se compara con Kafka porque representa la alienación del individuo a través de situaciones absurdas y desde un punto de vista objetivo, en el sentido de que el narrador (que suele ser omnisciente) no se implica emocionalmente con lo que sucede. Las descripciones de Kōbō Abe son casi científicas: se basan en el psicoanálisis y ofrecen datos propios de un informe, si bien a veces se permite caer en una cierta imprecisión para recordarnos que estamos leyendo un relato ficticio. El tema mencionado y este estilo están presentes en su libro La mujer de la arena (Sunna no onna, 1962), donde un entomólogo queda atrapado en una casa dentro de una sima. Allí, convive con una mujer desconocida y se ve obligado a achicar arena cada día para no morir sepultado. En Banteki se hace una mención explícita a esta obra.

De nuevo, vemos el enorme bagaje cultural de José Pazó en lo que al país nipón se refiere; unos conocimientos de los que gozan muy pocos autores en España.

José Pazó, fotógrafo

Fotografías de José Pazó
Fotografías de José Pazó

Previamente hemos hablado de la faceta de escritor de José Pazó, refiriéndonos tanto a Banteki como a sus 101 versiones ilustradas del haiku más famoso de Basho contenidas en El libro de la rana. Otra de las conexiones de Pazó con el mundo del arte y la cultura es la fotografía.

La fotografía es desde hace años una de sus grandes pasiones. De hecho, se ha mostrado bastante experto en este campo y ha conseguido que algunas de sus imágenes sean publicadas en la página web del reputado fotógrafo Steve Huff.

Como se puede ver, el estilo fotográfico de José Pazó es bastante particular: blanco y negro, grano muy grueso, desenfoques y sobreexposiciones. Las imágenes, de apariencia técnicamente imperfecta, recuerdan al estilo de uno de los fotógrafos de referencia de Pazó: Daido Moriyama, otra conexión más entre nuestro autor y Japón. Moriyama es uno de los fotógrafos japoneses más importantes de la segunda mitad del siglo XX, su actividad ha estado principalmente asociada a la ciudad, por lo que es considerado un fotógrafo callejero. Moriyama se ha centrado en fotografiar todo lo que le llama la atención de los barrios marginales de Tokio y ha creado una serie de estampas de detalles estrafalarios pero cotidianos de la ciudad, algo similar a lo que podemos encontrar en Banteki.

Fotografías de Daido Moriyama
Fotografías de Daido Moriyama

Banteki en movimiento

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Los escenarios principales donde transcurre Banteki son Osaka y Kioto.

Osaka, la ciudad con piel de cemento y venas de combustible.

Esta visión tan contundente nos la da el madrileño que protagoniza la novela. No podría ser una descripción más acertada. Osaka es la tercera ciudad más grande de Japón y uno de sus puertos y centros industriales más importantes. A lo largo de la novela, el protagonista se referirá a ella apelando a las enormes chimeneas de sus fábricas y al humo que expulsan. De hecho, Osaka es una de las zonas más productivas del mundo. Muchas grandes empresas tienen allí su sede principal, aunque algunas se hayan trasladado a la capital.

La hostia, qué cantidad de gente hay hoy. Van todos a Koshien a ver el béisbol. ¿Os gusta el béisbol? Seguro que no. Seguro que preferís el fútbol. La mierda del fútbol. El béisbol es igual de apestoso pero con otro estilo.

Esta ciudad también es conocida por albergar el Estadio Koshien. El béisbol tiene en Japón tanta relevancia como aquí el fútbol.

¿Veis Kioto de noche? Es la hostia, ¿verdad? Estas ciudades antiguas, como Florencia, como Heidelberg, como Nantucket, como Toledo, siempre son buenas por la vida nocturna. Si te gusta el contraste y estás hasta los huevos de Nueva York y eso.

Kioto se encuentra entre las ciudades más pobladas de Japón. Su relevancia se debe a que históricamente fue la capital donde se instaló la sede de la Corte Imperial, hasta que el emperador Meiji la trasladó a Tokio. Kioto permaneció intacta tras los bombardeos de la II Guerra Mundial, por lo que hoy cuenta con un rico patrimonio cultural que la convierte en un interesante centro turístico. Entre los lugares que frecuentan los personajes de Banteki, destacan el Daitoku-ji, un templo con un jardín un tanto peculiar que le gusta bastante a Tako, el sordomudo amigo del protagonista, y la calle Kawaramachi, en el centro, que corre paralela al río Kamo.

Esto es Kioto. El antiguo reino de sombras y luces de Tani, Tanizaki, al servicio del dinero fresquito. Cortes de pelo geométricos y ojos negros bajo melenas acuáticas. Músicos callejeros medio tronados con la caja del instrumento delante llena de billetes viejos y arrugados. Billetes olorosos de país húmedo. Coches brillantes con cristales negros. Bares y bares y bares.

Sobre tubos y temblores. Nacer en Japón / Trabajar en Japón

Retratos de Amélie Nothomb
Retratos de Amélie Nothomb

En el prólogo de Banteki, Alberto Olmos reflexiona sobre la legitimidad que le otorga a un escritor el conocimiento directo del marco geográfico y cultural dentro del cual se ambientan sus novelas. En opinión de Olmos, a ojos de los lectores, esta experiencia inviste al autor de un plus de credibilidad semejante al que deriva del aviso «Basado en hechos reales».

El prologuista de la primera novela de José Pazó entronca la observación anterior con una llamada de atención sobre el escaso número de narradores españoles que conocen Japón de primera mano. En el caso de Banteki, a esa excepcionalidad inicial habría que sumar la determinación de José Pazó de construir una ficción ambientada en el Japón contemporáneo, lejana de las habituales derivas escapistas que se ciñen a los tópicos del exotismo.

Si, tomando las precauciones necesarias, extrapolamos lo expuesto al contexto europeo, hablar de Amélie Nothomb se convierte casi en obligatorio. La autora constituye uno de esos extraños ejemplos en los que un narrador occidental conoce Japón de primera mano y, además, se lanza a escribir sobre el presente del país.

Hija de un diplomático belga, Amélie Nothomb nació cerca de Kobe, donde transcurrieron los primeros años de su infancia. Ya adulta, la escritora volvió a instalarse en Japón para trabajar como intérprete en Tokio, tras graduarse en la Universidad Libre de Bruselas. Entre las aficiones literarias de Amélie Nothomb destaca su gusto por la construcción de relatos con un fuerte componente autobiográfico. Metafísica de los tubos y Estupor y temblores ejemplifican con claridad esa afición.

En esta pareja de novelas, Nothomb se hace cargo de los dos episodios biográficos arriba citados: la infancia temprana en Kobe y el regreso a Japón como trabajadora. Quienes lean Metafísica de los tubos tendrán la oportunidad de asistir a la curiosa transformación de su protagonista: una cría que pasa de bebé vegetal —un dios-tubo conectado con el universo, que solo deglute y excreta comida— a bebé iracundo para, finalmente, encontrar la paz en una tableta de chocolate belga y despertar a un mundo donde los niños son tratados como criaturas sagradas durante sus primeros años. Al Japón mágico de la infancia se contrapone la devastadora realidad laboral en torno a la que discurre Estupor y temblores. Aquí, la protagonista, en lugar de ser tratada como el centro de todas las cosas, ocupa el escalafón más bajo dentro de una cadena de mando interminable. Al desdeñable rango profesional de la joven belga se suma la ansiedad constante que le causa el carecer de una función definida dentro de la empresa y no poder tomar la iniciativa para poner fin a la situación porque, de acuerdo con la mentalidad japonesa de respeto sumo al poder, ello supondría cometer un acto de insubordinación inadmisible.

Las novelas de Amélie Nothomb reafirman que Japón es un país de múltiples rostros.

José Pazó, autor de haikus

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En Banteki no todo son motos rapidísimas, melenas de colores y magreos suburbanos. También hay espacio para los jardines de piedra, para la música inarmónica de los kotos, para el dios Tengu y para la literatura de Kobo Abe. Si miramos Banteki de cerca, descubriremos el enorme interés de José Pazó por la cultura y la tradición japonesas.

Los haikus y las ilustraciones de El libro de la rana, publicado por la editorial Langre en 2011, también demuestran la admiración de José Pazó por Japón. Sin dejar lugar a dudas.

Los haikus son poemas breves que suelen describir la percepción de un instante. Quizá el más famoso sea El estanque y la rana, escrito por Matsuo Basho en 1686. Antonio Cabezas, en su antología Jaikus Inmortales (no hay erratas en el título), lo tradujo así: Un viejo estanque. / Se zambulle una rana: / ruido del agua.

Existen varias traducciones al castellano de este haiku, entre las cuales no está de más citar la de Octavio Paz, realizada con la ayuda del hispanista japonés Eikichi HayashiyaUn viejo estanque: / salta una rana ¡zas! / chapaleteo.

Si las traducciones al castellano de El estanque y la rana son abundantes, las inglesas son abundantísimas. De hecho, José Pazó concibió la idea de escribir El libro de la rana cuando descubrió One Hundred Frogs: From Renga to Haiku to English, donde Hiroaki Sato recoge cien versiones en inglés del haiku.

Al principio, Pazó pensó en una recopilación semejante a la de Hiroaki, pero descubrió que no había suficiente material en castellano. Puede que entonces el autor de Banteki recordara el refrán que dice: «Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña». José Pazó decidió escribir e ilustrar él mismo cien variaciones de El estanque y la rana.

José Pazó también decidió que la obra se adaptaría al formato del ehon, un tipo de libro ilustrado que tuvo mucha presencia en Japón durante los periodos Edo y Meiji. En una entrevista, el autor señala que «desde el principio, los dibujos se fundieron con el texto, por lo que en sí no es un libro ilustrado, sino un ehon. Y las versiones comenzaron a salir casi por sí solas».

A continuación, reproducimos una imagen de El libro de la rana, extraída de la web de su editorial.

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Occidentales en Japón

Retrato de Donald Keene de Yuji Ozeki
Retrato de Donald Keene de Yuji Ozeki

La novela Banteki está poblada por una amplia gama de personajes extravagantes y se instala en los márgenes del Japón urbano de finales del siglo XX. Ambas elecciones la convierten en una obra doblemente excéntrica, justifican el caos imperante y legitiman la entrada en escena de diferentes conflictos, por lo común ajenos a quienes conocen Japón desde el exterior: el rechazo hacia los coreanos, la presión a la que viven sometidos los ejecutivos de bajo rango, la violencia de los bosozokus, etcétera. En la primera novela de José Pazó, velocidad y contradicción se imponen sobre quietud y equilibrio zen. Sin embargo, el autor de Banteki ni se propone condenar Japón ni es víctima del desencanto.

Volvemos de nuevo a las elecciones del autor, que esta vez se solapan con la experiencia. En Banteki, José Pazó, amparado por un conocimiento directo y profundo de Japón, escoge sacar a flote algunas de las contradicciones que marcan la actualidad del país y que, a ojos de quienes lo observan desde la lejanía, permanecen invisibles. Ahora bien, aunque en esta ocasión el autor haya elegido transitar la senda descrita, dentro del ámbito editorial no escasean las muestras de su admiración hacia Japón, al que lo unen aventuras familiares que se remontan varias generaciones atrás. Los haikus ilustrados de El libro de la rana, de los que hablaremos la próxima semana, constituyen un primer ejemplo de esa admiración. La traducción y el prólogo de Un occidental en Japón se sitúan en la misma línea.

Un occidental en Japón fue el título bajo el que Donald Keene, el más prestigioso japonólogo vivo, eligió presentar sus memorias en 2008. En el prólogo de la versión española, publicada en 2011 por Nocturna Ediciones, José Pazó reflexiona sobre la disparidad de sentimientos que embargan a un occidental cuando se instala en Japón y ha de enfrentarse por primera vez con una serie de contradicciones y conflictos sociales que captan la atención del extranjero con especial fuerza. José Pazó –aquí vuelven a entrar en juego las elecciones– optó por sustraerse de los juicios precipitados y sacar partido de todo lo bueno que Japón le ofrecía. Algo parecido debió de sucederle a Donald Keene y los amantes de la literatura debemos agradecer que le ocurriera, pues este neoyorkino es en gran parte responsable de que hoy en día en Occidente tengamos la suerte de conocer a autores como Mishima, Kawabata, Oe o Tanizaki.

De cómo surgió Banteki

Fotografía de Kohei Yoshiyuki

Banteki no nació de la nada. Durante aquellos cinco años que vivió en Japón, José Pazó sintió la necesidad de relatar algunos de los problemas y curiosidades que marcaban la realidad del país. Por ejemplo, un niño de su vecindario le mostró la marginación que sufren en Japón los coreanos.

Y es que Japón, como dice José Pazó, es «el mundo al revés». El mismo país que destaca por su disciplina y férrea educación se convierte en un escaparate de gentes de todo tipo en cuanto al radicalismo estético se refiere, que además está socialmente aceptado. La excentricidad de las ropas y los cosplays callejeros parecen formas de dar salida a la represión emocional. Los personajes de Banteki se caracterizan de acuerdo con esta realidad: la ropa extravagante, como los enormes zapatos de la pequeña Shou; los modos de vida estrafalarios, como el trabajo de Tako, que reparte publicidad de puticlubs, o la particular concepción del sexo de Yumi lo atestiguan.

Es así como José Pazó recogió toda una serie de conflictos y particularidades durante sus años de profesor en Japón. Conflictos y particularidades que acabó volcando en su primera novela, Banteki, ya de vuelta en Madrid.

Apuntes biográficos sobre José Pazó, autor de Banteki

Autorretrato e ilustración de José Pazó
Autorretrato e ilustración de José Pazó

La relación de José Pazó Espinosa (Madrid, 1961) con Japón viene de lejos. De muy lejos. Su bisabuelo, Gonzalo Jiménez de la Espada, además de ser el primer español que escaló el monte Fuji, tradujo Cuentos del Japón viejo, de Takejiro Hasegawa. En Japón nació y se crio su abuela Ana, que dormía al pequeño José con el cuento de Momotaro.

Junto al amor por la cultura japonesa, Pazó heredó el afán explorador. Ser descendiente de Marcos Jiménez de la Espada, miembro de la Comisión Científica del Pacífico, es lo que tiene. Con apenas veinte años y sin saber nada de inglés, José Pazó dedicó un verano a trabajar en un rancho del sur de Estados Unidos. Como buen viajero, aceptó sin rechistar, aunque con cierta estupefacción, el sombrero de cowboy que le asignaron como uniforme de trabajo. Aprendió el idioma leyendo novelas americanas que traducía palabra por palabra armado con un diccionario Larousse. Otro verano, en Italia, se hizo amigo de un lord que aprovechaba sus frecuentísimas borracheras para declamar poemas de Maiakovski. En ruso, como debe ser.

La vida japonesa de José Pazó comenzó gracias a una beca para enseñar español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe. Nada más llegar, el rector lo recibió en su despacho y, como muestra de hospitalidad, le ofreció un té y lo miró en silencio durante media hora. Cosas del haragei, que Pazó supo apreciar. Se quedó a vivir en Japón cinco años.

Ahora José Pazó Espinosa es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid. También es traductor. Entre sus traducciones destacan Recuerdos recobrados, de Kiki de Montparnasse (Nocturna ediciones); Los amigos, de Kazimi Yumoto (Nocturna ediciones) y Botchan, de Natsume Soseki (Impedimenta). También es autor de un libro de haikus ilustrados del que os hablaremos más adelante.

También ha escrito una novela. Se llama Banteki.